ENRIQUE GRAN-JOAQUÍN DE LA PUENTE (1975)
Exposición realizada en la Galería Juana Mordó. Madrid.
Primero dominó la mágica irrealidad del espíritu que desmineralizaba la materia. Se estaba en un ámbito tenebroso, clima posible para cualquier género de sueño; para cualquier drama o insensatez onírica. El azul-negro de la inexcrutable lontananza nos negaba la clarividencia. Nos sumía a solas con la roca y un pálpito de vida entrañada desde no sabemos dónde. Por los ojos y el tacto a ellos vinculado, nos aferraba a su inesperada consistencia.
Después se ha ido haciendo luz. Una cierta penumbra. Una oscura claridad por donde deducimos que los misterios de Gran son misterios del más acá. Del suelo en que pisamos. De los cielos que se surcan. De la mar. De los vientos. Por entre prados, hoces, cimas, llanadas, praderas y yermos. En umbría como de selva intrincada donde el sol anhela en vano penetrar.
Después, se ha dado paso a la realidad. No para que sea meta de decentes quehaceres pictóricos. Nos sólo para mostrarla en faz no mucha sospechada. Sino para que sea recinto emocional del enigma que anega el ánimo de quien en este caso pinta. De Enrique Gran.
Gran no ha apartado nunca su mirada de cuanto le rodea. Fáciles son de notar sus sobresaltos, su interés y penetración ante cuanto se mueve alrededor. Hay que conocerle: aun de reojo, mira como quien toca; reacciona con velocísimos reflejos de animal enajenado de su territorio. Ve con intensidad.
Pero, siente aún más poderosamente. Hay dentro de él un extraño paraje psíquico. No quisiera que con él, muriera sin haber llegado hasta nosotros.
Con voz de pintor muy de veras sustancioso, Enrique Gran nos introduce donde lo real es incuestionable, en un negriazul paisaje que todos hemos visto o creído ver alguna vez en nuestra vida de despistados videntes. En él nos aliena para impregnarnos en la plenitud mistérica de su psiquismo. Gran es realista e intrasíquico.
Más, no temamos. No pretende fingir lo tremendo. Es auténtico. Todo posible estremecimiento desaparece por el regalo de la belleza pictórica, catarsis de toda ferocidad no fingida. Trascendente. Creadora.
Joaquín de la Puente