Enrique Gran. Pintura 1981-1987-Leopoldo Rodríguez Alcalde (1987)
Exposición organizada por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria en la Sala María Blanchard. Santander
Enrique Gran expone de tarde en tarde. No evidencia prisas, no ostenta ambiciones, no codicia reclamos. Y cuando, al cabo de un tiempo de silencio, nos otorga el privilegio de una exhibición, no deja nunca de proporcionarnos sorpresas. Sorpresas que brotan ante la noble evidencia de la reciente originalidad que brota y de la fidelidad a una inspiración presidida por la unidad de sentimiento. No hay cortes bruscos, no hay virazones tormentosas; y, sin embargo, su planeta de fascinantes visiones muestra, en el entramado de sus imágenes, nuevas penetraciones de sueños, nuevas predilecciones de color.
Aquí tenemos, ante la mirada que no olvida y que desea, esas perspectivas, que se extienden hacia un mar que presentimos infinito o sobre superficies de también números desiertos o páramos. Grandes espacios de tierra y de cielo, de una tierra y de un cielo que no sabemos donde enlazan sus respectivos límites, que se despliegan como «tiempos» de un sinfonía inacabable de la cual estuviera desterrado todo eco de voces humanas: ritmos de materia y compases de color estructuran estas vastas composiciones que quedan contemporizadas en una impresión fantasmagórica, tras la cual adivinamos o comprobamos un rigor de pensamiento, un sentido exigente de la construcción, donde nada se volatiza, donde sobran lo improvisado o lo superfluo. Ya aludimos a la unidad de intención de la obra de Enrique Gran: insistimos ahora en la absoluta sensación de armonía que en cada lienzo impera.
Podemos creer que esas inabarcables extensiones y esos primeros planos que no podemos definir cumplidamente provienen de la gigantesca, y nunca ordenada, máquina de los sueños. Podemos creer que ese universo pictórico está poblado de fantasmas, fantasmas que, por cierto, no provienen de seres humanos sino de fantásticos objetos: masas metálicas, destilaciones del fuego, fragmentos de desechos que no han brotado de un delirio, los ha engendrado un propósito firme de creación. El paisaje de Enrique Gran no pertenece a un universo caótico, aunque así pudiéramos presentirle a través de tantos deslumbramientos de libertad: los temblores y los parpadeos encubren afirmaciones, severas raíces de un trabajo que no ceja en su búsqueda consciente del color, de la materia, de la armonía plástica, de todo lo que contribuye a que un lienzo sea una lección permanente y una perdurable impresión.
Y la pintura de Enrique Gran proporciona siempre, merced a esa firmeza de concepción, la rúbrica de lo grandioso. Admiramos esos panoramas de inmensidades marítimas, en cuya ribera se yerguen caracolas de mil colores, conchas de inimaginables profundidades, serpenteos de vivas tonalidades que no logra identificar quien las contempla, pero que han surgido de una intención o de un entusiasmo de esas manos, de esos pinceles que prodigan extrañas pedrerías, sabiamente combinadas en las imágenes indescifrables que resaltan en el primer término de los grandes lienzos, protagonistas quimeras, bien organizadas en la mente de un artista que sabe coordinar sus sueños en una vigorosa realización.
Hemos asistido durante mucho tiempo-y con cuanta atención, con cuanto entusiasmo- a los despliegues de imaginación de Enrique Gran:
Hemos vivido, en algún instante, dentro de aquellos vislumbres nocturnos de playas que a la vez sabíamos reales y creadas; nos hemos sumergido en los arenales presididos por majestuosas caracolas o por roquedales que nos sugerían la presencia de un reino desconocido, que precisamente por ser ignorado ejercía sobre nosotros la máxima capacidad de sugestión. Continuamos latiendo ente estas materializaciones de la imaginación creadora, que son al mismo tiempo, y ante todo, magníficos trozos de pintura, suntuosos despliegues de una composición valiente y reflexiva. Enrique Gran extiende el color en homogéneas superficies que cubren majestuosamente el fondo del lienzo, cuidando siempre de situar, como protagonistas de la creación, misteriosos y ardientes volúmenes que a veces sugieren rocas o conchas que emergen de un arenal mágico, o bien agrupan riquísimas notas de color, proliferación de tonalidades intensas que el propio artista no desea definir; nos hallamos de nuevo ante ese goce libre de la pintura donde se forjó la grandeza del impresionismo o de la abstracción.
La pintura de Enrique Gran continúa siendo inclasificable si nos empeñáramos en incluirla en movimientos o en subversiones. Es profundamente actual por el citado culto al esplendor plástico y por ese invisible estremecimiento de preocupación que la recorre, preocupación por la interrogación, por el misterio que a todos nos cerca y cuya penetración entusiasma a Enrique. Procura acercarse al secreto de la creación universal con las armas de la creación artística, a la que Enrique Gran debe sus mejores horas, con la profunda gratitud de quienes admiramos su victorioso combate.
Leopoldo Rodríguez Alcalde