Un hito en el Arte Contemporáneo. Álvaro Martínez Novillo (2004)
Texto recogido en el libro “El hacedor de sueños”, publicado con motivo de las exposiciones homenaje a Enrique Gran. Centro Cultural Caja Cantabria, Santander, 2005. Palacio de Caja Cantabria, Santillana del Mar, Cantabria, 2005. Centro de Estudios Lebaniegos (Iglesia de San Vicente), Potes, Cantabria, 2005.
UN HITO EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO
Texto extraído del libro “El hacedor de sueños”, publicado con motivo de las exposiciones homenaje a Enrique Gran. Centro Cultural Caja Cantabria, Santander. 2005 Palacio de Caja Cantabria, Santillana del Mar, Cantabria, 2005 Centro de Estudios Lebaniegos (Iglesia de San Vicente), Potes, Cantabria, 2005.
He encontrado los apuntes de una conversación que mantuve con Enrique Gran en la primavera de 1991 y, al releerlos, he vuelto a encontrarme con su irrepetible personalidad. Siempre me pareció una persona callada que, sin embargo, cuando rompía a hablar, lo hacía con palabras llenas de pasión.
Decía que el arte había sido para él “una vocación irrefrenable”, al tiempo que me contaba cómo, desde niño, dibujaba por todas partes, lo mismo en la mesa de la cocina que en la carretera con una tiza, hasta tal extremo que el director de la escuela a la que asistía, recomendó a su familia que le matriculase en Artes y Oficios.
Esto me contaba en su estudio, al tiempo que me mostraba su obra, tan fuertemente telúrica, y aquel espacio se llenaba de la intensidad de sus cuadros y sus explicaciones. Ante uno tengo anotado que dijo: “Desde que estás en el mundo, estás arañando para ser tú”. Llegó a Madrid con la ilusión de ser dibujante de historietas, porque le fascinaban los comics y las películas de dibujos. Los tres caballeros de Walt Disney, con su mezcla de imágenes, un verdadero collage en movimiento delirante por su colorido y ritmo, se convirtió en una obsesión para él, que venía de un medio rural dominado por el mar y la montaña, hasta tal punto que me reconoció que la había ido a ver durante quince días seguidos.
Pero el destino le trazó otro camino al llevarle a la Escuela de San Fernando, donde tuvo la suerte de encontrar como compañeros a unos jóvenes que estaban ansiosos por saltar al ruedo de la vida sin inhibiciones ni cortapisas estéticas; así unos optaron por la abstracción y otros por lo figurativo, siguiendo exclusivamente su propia inclinación y dispuestos a defender a capa y espada su libertad. Enrique desde muy pronto siguió la primera opción y así afirmaba que prefirió el camino “del tachismo, de la ruptura total”.
Pero dentro del informalismo las posibilidades son inmensas, y Gran siempre optó por una plástica en la cual la materia tuviera un singular peso específico. No es el suyo un arte preciosista en el que el color y las sutilezas tienen el protagonismo, que pertenece indiscutiblemente a unas formas orgánicas, vivas y densas, que flotan en el espacio como una suerte de meteoritos animados. Explicando su proceso ante una de sus pinturas, Enrique me dijo: “Entras en el error. para que del error surja un orden”. Y creo que es una opinión muy certera sobre su proceso creador.
Añadió que pintaba grande porque así le obligaba “a jugar” y afirmaba que pretendía componer fríamente, “como con despego”. Sobre esto último yo tengo mis dudas, porque pienso que nunca a lo largo de su vida, Enrique ha comenzado a pintar sin implicarse apasionadamente. En todo caso la suya sería una pasión autocontenida, pero el fuego sí que ardía siempre en su interior. Y esto no es sólo una figura retórica.
Recuerdo que en aquel momento me enseñó un paisaje titulado Piedraluenga, de grandes dimensiones (113 x 193 cm), que me dejó especialmente conmovido. La fuerza de la composición era tremenda; su pincelada, fuerte y soberbia; su color, verdaderamente magistral. Ante aquel cuadro tan rotundo, tan definitivo, pintado para estar en un museo, yo entendí verdaderamente la grandeza de su autor, porque una obra así está concebida de espaldas a la opinión ajena, surge del interior de su creador como una necesidad suya, sin pensar en quién lo podrá comprar o qué dirá la crítica de ella. Ni si se estila o no. Obras como ésta, y Enrique Gran las tiene numerosas, sobre todo en su última época, marcan, en mi opinión, un hito en el arte del tiempo que nos ha tocado vivir. Yo desde que vi este singular paisaje, no me he podido olvidar de él y forma parte del acervo cultural del momento en que me ha tocado vivir. Y por ello siempre le estaré agradecido.
Álvaro Martínez-Novillo. Subdirector del Instituto del Patrimonio Histórico Español
Madrid, 27 de diciembre de 2004