Enrique Gran-Antonio Bonet Correa (1981)
Exposiciones realizadas en la Fundación Santillana, Cantabria y en el Museo de Bellas Artes de Santander
EL HONDO LATIDO DE LA NATURALEZA
EN LA PINTURA DE ENRIQUE GRAN
Texto para los catálogos de las exposiciones de Enrique Gran.
Fundación Santillana, Cantabria.
Octubre, 1981.
Museo de Bellas Artes de Santander.
1981
Las estepas y los desiertos, las cataratas del Niágara o del Orinoco, la estructura y vida y muerte, la fisonomía de los vegetales y los animales o la fuerza vital de cualquier ser viviente nos dejan absortos. Ante el espectáculo de la naturaleza, el hombre no tiene mayor respuesta que la admiración o el intento de establecer un conocimiento científico.
Sólo el artista, con su capacidad de transposición de las emociones, puede llegar a ofrecernos el cuadro que nos lleve a un estado de ánimo que supere, en las reducidas dimensiones del lienzo o de la tabla, por muy grandes que éstas sean, la emoción que nos produce lo que los filósofos iluministas calificaban de sublime. Y al igual que Julio Verne no necesitó desplazarse hasta los lugares cumbres para describirlos, el pintor –en este caso Enrique Gran– tampoco se ha visto forzado al viaje para buscar el motivo. Su mundo interior basta.
Cualquier incidente geográfico, cualquier observación de la vida, la percepción de cualquier acto ante sus ojos adquieren dimensiones gigantescas, se convierten en un torrente de imágenes desbordantes de fuerza y vigor pictórico.
La pintura apretada y restallante de Enrique Gran constituye de por sí un espectáculo tan fecundo en emociones que sólo es comparable a los remolinos de los ríos, las olas del océano o la noche de una selva con las miríadas de insectos fosforescentes y la maraña de plantas trepadoras que impiden el paso.
Su visión onírica –que lo enlaza con los prerrománticos y en especial, dentro de lo español, con Goya– sólo se agota en su ensimismamiento de lo fenoménico. Su arte, difícil de clasificar dentro de las modernas corrientes de la expresividad, al igual que su propia personalidad humana, está dotado de una inquietud que no cesa. Su obra tiene ecos que resuenan en los grandes espacios de sus “paisajes”, en los cuales se condensan extraños cuerpos apelmazados y sombríos que, impulsados por fuerzas tormentosas, se pierden en lejanías infinitas.
Su turbulencia, sin embargo, conoce también la calma, la serenidad y la placidez. En muchos de los cuadros de Enrique Gran, los horizontes están límpidos y las superficies son tersas y de finísimos tonos, de brillante policromía. Un mundo recién estrenado surge entonces de sus cuadros. El cosmos vuelve así a tener vigencia. La dicotomía de su pintura fulgurante y a la vez de suaves valores, nos abre una renovada admiración por la fuerza anímica que encierra el hombre cuando en el interior de su espíritu confluyen sueño y realidad y se siente el pulso, acelerado o reposado, del hondo latido de la naturaleza.
Antonio Bonet Correa